10 de diciembre de 2013

Elenora


La mujer de la mirada perdida no quiso decir adiós. Arraigó en la plaza italiana, frente a la verja de la iglesia y vio pasar los días, sin siquiera contarlos. Los foráneos le miraban con curiosidad, preguntándose que desgracia se tragó su alma. Los ciudadanos le animaban, le intentaban llevar a casa y le daban de comer. Ella asentía en señal de agradecimiento y se volvía a perder. Muchos eran los rumores que surgieron a su alrededor, pero nadie daba con la verdadera razón. Ella, inmune a todo tipo de críticas y comentarios, escribía en su libreta de autor notas que jamás verían la luz.
Algunos le decían gitana, otros, la de la cabeza gacha. 
Para mí, a contraluz, siempre fue la de la mirada perdida, que escribía notas sin dirección que se perderían con la caída del sol.


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