20 de mayo de 2014

Entre motas y suspiros



La noche que nos conocimos el vino nos caló los huesos. Como sangre en las venas, frente a la playa, el elixir bailó en nuestros labios y se evaporó al fuego de San Juan. Y al ir al mar se pegó a nuestras plantas y se perdió con los corales del océano. Nosotros ignoramos que era nuestro cómplice y nos hicimos un poco los suecos para, sin darnos cuenta, acabar siéndolo. Tus cabellos negros cayeron sobre tu espalda y se mezclaron con las motas que el sol iba dejándote escritas en el cuerpo, como cartas que se mandan sin remite, como un viaje de ida. A lo lejos, la luz roja nos decía que eramos insignificantes, que fuera había más, y te cogí la mano, y te saqué del agua. Te robé un suspiro, uno de tantos y te hablé del mundo, y tú me hablaste de tu vida. Ví tanta intensidad en tus espiraciones que dejé que me impregnaras de tu alma, que me introdujeras un poco más en tu espacio. Vi el tiempo parado en tus pupilas, que alternaban entre las mías y el horizonte, aunque de vez en cuando se iban bajo tierra, más allá de tus pies traviesos. Cuando decidiste que ya habías dicho suficiente, oí tus latidos al son de las olas. Me cogiste la mano y me metiste en el agua. 
Yo te cedí mi tiempo.