Veo veo: una taza de té

Sus manos comenzaban a sentir el calor, que se filtraba a través de los gruesos guantes granates. El vaho salía de su boca al soplar, intentando suavizar la temperatura de aquel té, mientras observaba su entorno bajo las luces multicolores de la plaza. Había oído que las navidades allí eran diferentes; nadie le había dicho si buenas o malas. Todos sabían que esa ciudad estaba hecha para ella, pero querían que la descubriese, así que se habían guardado todos los detalles para compartirlos a su vuelta. Llevaba caminando todo el día, perdiéndose entre calles caramelo. Estaba en la ciudad más romántica que visitaría en toda su vida.
Paseaba sus faldones, taconeaba piedra a piedra y acariciaba las paredes a su paso. Bailaba sus lunares y cantaba su risa. Aprendía a cada segundo, elevando el mentón, observando con sus gafas cada esquina. Recordaba a aquel cantante que con su bici recorría las calles de su pequeña ciudad de origen, con el viento en contra, para llegar a tiempo, otro día más, a aquella panadería con paredes verdes y vitrinas comestibles. 

A los pocos días de llegar entró a una tienda de música, con cientos de vinilos como residentes, y no le encontró. Su lugar está en las plazas, no en las tiendas, pensó en aquel momento. Ahora, sentada en el banco de madera le encantaría tenerle con ella, alegrándole los oídos y avivándole el corazón. Bajó la vista, y mientras el humo le calentaba la cara, vio dentro de aquella taza de té destellos de su vida. Todas y cada una de las tazas de té que habían pasado por sus manos, aquí o allá. Vio tazas de cristal de Turquía, de plata de Marruecos, de plástico de California; vio tanques de metal de África o de la India, porcelana de Inglaterra, botellas de Suiza y su taza de los desayunos. Vislumbró los momentos de tristeza y añoranza, recordando a la familia que perdió años atrás, y los de alegría y viveza, con la nueva vida que ese cambio tan drástico le supuso. Dibujó con los ojos a las personas que recorrieron con ella los primeros capítulos del libro que escribía día a día. Incluyó aromas y personalidades. Retrató saludos, bienvenidas, descubrimientos... Vio libros y amaneceres, árboles de navidad y confesiones. Vio cometas y veleros, atrapasueños y banderas. Se imaginó, en un futuro no muy lejano, y vio linternas en la noche, aviones, corazones de colores y países lejanos. Vio otras razas, otros sueños, se vio comiéndose el mundo. Con muy poco, sin nadie, más feliz que nunca. Cuando una lágrima desdibujó su mejor obra de arte, volvió a la realidad, sosegada. Se levantó, se colocó la bufanda, dio un sorbo a su taza de té y caminó. Hacia delante. Y dejó atrás aquella plaza. Dejó atrás aquella ciudad. Y se dijo a sí misma: sí, es tu ciudad, pero no tu vida. Y mientras caminaba, se iba desprendiendo de lo que le sobraba. Cuando la taza de té se quedó vacía, ya no quedaba nada más que ella. 

Y empezó a vivir, de cero.

En el banco, una nota. En la nota, inspiración.
Las tazas de té de esta ciudad dibujan realidades y sueños. Disfruta de sus luces alguna noche y cuando lo creas oportuno, sujeta un té entre tus manos. Luego tú decidirás si seguir el rumbo... 

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¿Qué es Veo Veo? Es, ante todo, un juego, una excusa para conocer lugares de la mano de otros viajeros, contarnos historias, viajar aunque no tengamos la oportunidad de hacerlo, encontrarnos. Es una vía de escape para las palabras que se acumulan y buscan ser escritas para no desaparecer, y una oportunidad para escribir sin siquiera decir el porqué. Una vez al mes se escriben los Veo veo, sobre un tema que se elige en el grupo de Facebook 'Dinámicas creativas'.
¿Te animas? :)  
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