La mujer que vive en el número 31 se pinta los labios con carmín rojo para ir ansiosa en busca del hombre que años atrás le robó su nombre al viento para tener el derecho de nombrarla cada día. En la radio, mientras se prepara, suena la canción que antaño fue guía de corazones despiertos, ávidos de cambios, exultantes. El sol se deja ver entre las nubes - será por ser dos de junio, el norte no cede tan fácilmente - así que decide coger del armario el vestido amarillo de algodón y siente su tacto al ponérselo, imaginando en esa caricia las manos ambiciosas de su hombre. Preparada, de punta en blanco, recoge los zapatos a los que ha sacado brillo en abril y, a tonos morados, pone sus pies a bailar. Llega a la plaza , le rodea el murmullo y se sienta a esperar. A su oído, le susurra:
Te echaba de menos.
¿Probamos suerte, R.?
Van años de hastío,
déjame gritarte cada día.